jueves, 24 de febrero de 2011

Cenicienta de Roberto Innocenti

Charles Perrault
Roberto Innocenti (ilustraciones)
Editorial Lumen, 2001.

En La Cenicienta (1983), Innocenti recrea la ciudad de Londres de los años 20, pero sin tocar apenas el clásico de Perrault. Gracias a ésto podemos conocer más detalles (vestuario, mobiliario, arquitectura...) de esta época. Se nos muestra así, un afán documental del autor de estos dibujos, pues lo vemos en cualquiera de sus obras.

Si algo caracteriza las ilustraciones del gran Roberto Innocenti es la melancolía. Por eso ilustra historias de otras épocas y las detalla con una exhaustividad asombrosa. Transmite e inspira el deseo de viajar en el tiempo, de visitar lugares que parece que ya conocemos gracias a la finura de su trazo. Es autodidacta, pero su trabajo demuestra un gran conocimiento del arte italiano, páis donde nació hace 70 años.

También esconden sus ilustraciones un serio trabajo de documentación histórica, de forma que podemos encontrar entre las páginas de sus libros personajes y objetos que existen en la realidad y que todos conocemos si sabemos leer entre líneas (líneas dibujadas).

Os dejo una reseña que creo que define a la perfección esta versión del clásico de Perrault de la Cenicienta realizada por Roberto Innocenti.

Reseña de Imaginaria:

Para narrar su particular versión de este clásico de Charles Perrault, Roberto Innocenti eligió la sofisticación y la magnificencia de los años '20. Más allá de la impecable reconstrucción de la época (desde los objetos de lujo que empezaron a aparecer en aquellos años, como automóviles y fonógrafos, hasta los vestidos y peinados de los personajes) en las ilustraciones de este gran artista italiano nada resulta azaroso: personajes, perspectivas, luces y colores evidencian una enorme preocupación por los detalles y por la significación que éstos tendrán dentro del conjunto de la obra, como si el contexto se convirtiese en un nuevo protagonista de la historia, y no precisamente el menos mágico.

Imagen tomada del libroDos maravillosas ilustraciones —plagadas de detalles e ironías— abren y cierran el relato, enmarcándolo. La primera, muestra la ilusión que puede crear el agua de un estanque, mientras Cenicienta lava la ropa. Como si se tratara de un espejo que permitiera el ingreso a un mundo diferente, el reflejo muestra a una Cenicienta vestida, peinada y maquillada para el baile real. No sólo ella se transforma: la canasta de ropa sucia es, en aquel mundo distante y vaporoso, un enorme jarrón; la ropa que sostiene en sus manos se transforma en un ramo de flores que ella deja caer con delicadeza; la canilla se convierte en el cuello de un cisne dorado de cuyo pico brota un chorro de agua. Lo único que se mantiene intacto es su postura y la expresión de su rostro: la idéntica sonrisa nos dice que se trata de la misma persona, aunque sus propias hermanastras, atontadas por el lujo y la opulencia que las rodea, no puedan reconocerla.

Imagen tomada del libroEn la última ilustración, el autor se permite ir más allá de la historia e imaginar qué podría haber sucedido con un personaje tan emblemático como la madrastra. La vemos recostada en un sillón, fumando y entregada a la bebida, con una copa a medio tomar y varias botellas vacías en el suelo, en una actitud que se repite varias veces a lo largo del relato. Distinto destino para tan distintas mujeres.

El cuidado por cada uno de los detalles hace que no haya personajes secundarios o irrelevantes en las ilustraciones de Innocenti. El hecho de que las hermanastras continúen con sus juegos y bailes sin siquiera notar la presencia de Cenicienta —hasta el momento en que, con sorpresa y humillación, descubren que ella era la verdadera dueña del zapatito de cristal—, no hace sino confirmar la metáfora de una ceguera que parece instalarse desde el comienzo de la historia. Allí, en una de las primeras ilustraciones, aparece retratada la vida cotidiana de la familia: las hermanastras, ataviadas a la última moda, riéndose y hamacándose frente a la casa; Cenicienta limpiando los vidrios de las ventanas; la madrastra señalándole lo que debe hacer; el padre semioculto detrás de la puerta de entrada. Frente a la casa hay un grupo de chicos jugando al gallito ciego, mientras pasa un hombre no vidente (tal vez el menos ciego de todos los que están ahí) cruzando la escena guiado por su perro. La alegoría alcanza su punto máximo durante el baile, cuando las hermanastras son incapaces de reconocer a Cenicienta aunque se encuentran a pocos pasos de ella:

Imagen tomada del libro"Y ella fue a sentarse al lado de sus hermanastras y tuvo con ellas mil atenciones: incluso les ofreció las deliciosas golosinas que el príncipe le había dado, lo cual las dejó muy sorprendidas, porque no la reconocían."

Tampoco la elección de las perspectivas resulta azarosa; por el contrario, se trata de un modo de introducir al lector dentro de la obra, haciéndolo tomar parte activa como si él mismo se hubiera convertido en uno de los personajes. Así, cuando las hermanastras están a punto de subir al auto que las conducirá al baile, vemos esta imagen a través de una de las ventanas del piso superior, donde se ha quedado Cenicienta. Esta perspectiva pone de manifiesto el encierro y la opresión de la protagonista, cuyo rostro no podemos ver pero sí imaginar.

Nuevas historias dentro de la historia: eso es lo que recrean las ilustraciones de Innocenti. Detalles que en una primera lectura pueden haber pasado desapercibidos seguramente obligarán al lector a volver sobre sus pasos, en busca de más indicios que le permitan imaginar nuevas interpretaciones. Porque el universo de Innocenti, lejos de cristalizarse, abre infinitos caminos y se multiplica en cada lectura y en cada lector.

No hay comentarios:

Publicar un comentario